martes, 27 de octubre de 2009

2-Las separaciones (Most of us need the eggs)

Hay pocas veces donde realmente no tengo ganas de sacar chistes de la galera. Esta semana fué una de esas veces. El jueves se terminó una relación de varios meses con una persona increíblemente importante para mi. Una persona, que con todas sus fallas, sus rarezas y simplezas le pegó un cachetazo a mi cinismo para demostrarme que no, no son todos iguales. Una persona que supo quererme con todas mis fallas, mis rarezas y mis simplezas.
Desde el jueves me cuesta contener las lágrimas cada vez que pienso, que es todo el tiempo. Además de ser neurótica desde la planta de los pies hasta el tope de mi cabeza, sobreanalizo absolutamente todo. Tomo cada situación y la desarmo, vuelvo a armar, la pienso, la siento de vuelta. Es lo que me deja a veces con un sabor desagradable a arrepentimiento por no haber aprovechado ese tiempo disfrutandolo. Aunque puedo decir, con cierto orgullo, que durante todo ese tiempo en el fondo supe que era parte, finalmente, de algo que no pasa todos los dias.
Probablemente no sea buena señal que la separación sea más romántica que la relación en si. Siempre pensé que la hora de cortar incluia gritos, infidelidades, odio, ira y si bien estas aparecen por decreto de a ratos, no quita que fué una separación con respeto, entendimiento y mucho amor de por medio. Fué simplemente triste.
Tuve la teoria toda mi vida, gracias a la sobredosis de comedias románticas que consumo, que los momentos que marcaban una relación entre dos personas eran los que tranquilamente podrian haber protagonizado John Cusack o Meg Ryan en algun momento de sus carreras. Que uno recordaba las cartas escritas con la guardia baja, las frases, el número de teléfono escrito en un billete, el estéreo encima de la cabeza con Peter Gabriel a todo volumen, las fotos cortadas que unian, el discurso final de Harry en año nuevo, los carteles en Navidad, un beso en un estadio, una persecución en un camión robado el dia del casamiento, y así puedo enumerar miles de escenas que me marcaron y me hicieron creer, falsamente, que esas eran las cosas que realmente se extrañan de alguien.
Por más que en estos dias me levante, respire hondo, me de cuenta que la vida sigue y escriba las partes graciosas de esto en lineas generales, y me ria de mi misma, hoy es casi imposible que sonria con ganas. Las separaciones realmente importantes, que te avisan de un jueves a un viernes que tu vida va a volver a ser ordinaria, plana y sin un décimo de las texturas, los colores, y los olores de los últimos meses, son increíblemente dolorosas. Cuando no es tanto el ego el que esta herido, sino uno.
Esta debe ser la segunda vez en veintidós años que sufro por alguien, y es la primera que aún en estas circunstancias, no tengo el menor arrepentimiento de haberlo intentado.
Cuando otras veces puteé, pataleé y quise al menos encontrar consuelo de alguna manera extraña, algo que tapara los dolores y me vaciara la cabeza; cuando otras veces viví resentida por haber intentado y fracasado, de sentirme una idiota, de detestar todo mi optimismo y mis teorias estúpidas de finales felices; esta vez puedo decir que es diferente.
Incluso el duelo vale la pena, cuando tuviste el lujo de compartir algo tan íntimo, extraño y mutuo. Si por cada 20 hijos de puta llega uno asi, al menos por un tiempo, no queda otra que intentar. Es naturaleza humana, punto.
El sentir que aún cuando toma a veces años superarlo, cuando tome cuerpos de gente que no te interesa porque no le llega a los talones, cuando te deshidrates de llorar no encontras manera de arrepentirte por haberlo intentado. Porque es una de las poquísimas cosas que valen la pena.

Lo voy a extrañar tanto que me quiebra pensarlo. Pero cuando pase el tiempo, y esté preparada, voy a intentar de vuelta, porque como el final de Annie Hall: we keep trying because most of us need the eggs.

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